viernes, 30 de abril de 2010

Sandra Russo y su libro sobre Milagro Sala / Por Sandra Russo



ADELANTO DEL LIBRO MILAGRO SALA. JALLALLA: LA TUPAC AMARU, UTOPIA EN CONSTRUCCION, DE SANDRA RUSSO

La vida de Milagro
Militante social, organizadora barrial, activista en las zonas marginales de Jujuy, Milagro Sala resulta además una madre increíble, creadora de una notable familia extendida. Un retrato íntimo y una crónica que se presentan este viernes en la Feria del Libro


Por Sandra Russo

La mesa es una de las más largas en las que me he sentado. Son muchos caballetes alineados en el quincho. Es el primer domingo en mucho tiempo que Milagro pasa con toda su familia. Su familia es tan grande que siempre está presente pero también falta alguien. Milagro crió muchos hijos del corazón, y sigue haciéndolo. Ahora en su casa conviven con ella y con Raúl, su marido, siete chicos de entre ocho y trece años. Son chicos vitales, alegres. Andan nadando en la pileta, estudiando guitarra o flauta, mimando a los perritos que crían, mientras ellos son criados por esta mujer de piel oscura y este hombre de piel muy blanca que son sus padres del corazón. Esos chicos tienen madres que no pueden tenerlos, por diferentes motivos. Pero las visitan y mantienen esos lazos, alentados por Milagro. Ella, en cambio, fue abandonada y adoptada, y se enteró recién a los catorce. Entonces renació Milagro, infinitamente dolorida por la mentira y la verdad, y se perdió en las calles. Después se reencontró y empezó a construir su familia. Su familia hoy es enorme. Es la que llena esta mesa tan larga este domingo de tanto sol. Su familia son estos chicos con los que vive ahora y los otros, ya grandes, con los que ha vivido. Hoy están también sus otros hijos del corazón, los que adoptó cuando tenía veinte y algo. Ellos ya se han casado y tienen sus propias familias. Son doce. También tiene dos hijos biológicos, Sergio y Claudia, que a su vez tienen dos hijos: Catriel y Amaru. Este nieto de Milagro, Amaru, iba a ser otro de sus hijos adoptivos, pero apenas llegó a la casa, recién nacido, Claudia quedó prendada, abismada en su propio instinto maternal, y ahora es la madre de Amaru.

Amaru llegó a sus vidas de una manera muy distinta a los otros. Milagro siempre adoptó chicos grandes, nunca un bebé. Lo de ella, esa predisposición del alma hacia la maternidad, no tiene que ver con engendrar, sino con rescatar. Ya hacía años que se dedicaba a rescatar a excluidos jujeños cuando una vieja amiga de los tiempos en los que vivió en la calle, una prostituta, le dijo que el azar y su trabajo la habían puesto frente a una evidencia: dos hombres habían llegado a Jujuy para matar a Milagro. Hubo denuncia inmediata, y dos detenciones. Nunca se esclareció quién había contratado a los sicarios. Pasaron un par de años y la vieja amiga se acercó para contar que estaba embarazada, y que no podría criar a ese hijo. Le preguntó a Milagro si quería adoptarlo. Milagro le dijo que sí. Así llegó Amaru a la vida de Milagro, y después a la de Claudia. Ahora corretea con Catriel. Tienen casi la misma edad y la gracia de esa edad, esa ternura de los dos años. A Milagro le dicen Lela.

Claudia y Sergio, los hijos biológicos de Milagro, vivieron desde los cinco años junto a muchísimos hermanos salidos de las calles, de los penales, de la droga. Crecieron aprendiendo y aceptando con naturalidad que todos los hermanos son iguales. La igualdad entre hermanos es un principio en Milagro. Un núcleo duro que ahora trasladó a su organización, la Tupac Amaru, y más allá, a la red de Organizaciones Sociales jujeña y a los espacios que comparte con los pueblos originarios. La decisión política de construir todos los consensos y los aires favorables, y unirse o atrincherarse cuando los vientos vienen en contra.

La igualdad entre hermanos es lo que vivió de niña Milagro con su familia adoptiva. A ella no la dejaban entrar a las piletas, por negra, y ninguno de sus hermanos entraba. Era la debilidad de esa familia. Le dieron mucho amor. Todo el dolor que sobrevino luego, cuando supo la verdad, fue tolerado porque en esa familia había igualdad entre hermanos. Eso salva. Eso libera.

En la mesa, a la hora del asado, las ensaladas mixtas se turnan con fuentes llenas de papas hervidas con cáscara. Son momentos en los que la familia recuerda su pasado. Cuando llegaron a su casa los que hoy andan por los treinta, cuando después de las marchas de ATE, en los ‘90, ese grupo de changos desolados por el hambre se iban a la casa de ella, que era una delegada. Cómo las visitas se iban estirando, porque ellos no tenían ganas de irse a sus casas. Todos eran de familias numerosas que no podían alimentarlos ni cuidarlos. Si se iban de la casa de Milagro, no se iban a sus casas sino a la calle.

Por eso Milagro los adoptó. Pero ellos hicieron su parte. Para quedarse, empezaron a competir con la señora que ayudaba a Milagro con la casa dos veces por semana. Ellos, que habían choreado o se habían pegado a la merca, que tenían doce, catorce años, empezaron a limpiar la casa, a hacer arreglos, a mantener todo impecable. Sobraba la señora si estaban ellos. Era también su manera de ganarse su plato de comida. Y el techo y las noches en la cama de Milagro, todos tirados viendo televisión. Limpiar y estudiar, como exigió Milagro, era un buen trato para tener un hogar.

Todos recuerdan y se ríen sentados a lo largo de la mesa. Y los más chicos escuchan atentamente. Hace poco hubo un planteo, porque parece que los chicos no ayudan en la casa. Milagro les ha pedido a los mayores que se ocupen de hablar con los más chicos, para que entiendan que hay que dar cuando uno quiere recibir. El amor es recíproco o no es. De este tipo de amor habla esta historia y este libro: del amor que es recíproco o no es.

Milagro cría chicos desde hace más de veinte años y esos chicos son los que otros no quieren, en algunos casos, o los que no pueden querer, en otros. Así es su familia y su organización. Se verá aquí abierta y sostenida a la Tupac Amaru, hoy la organización social más grande y fuerte del país, como una enorme familia ampliada, apoyando una idea que me sobrevuela desde que fui por primera vez a Jujuy: Milagro construye permanentemente, familia y organización, a partir de ese dar y recibir, dialéctico, montado sobre un amor que es en principio contención y afecto, y que es orden. La gran lucha de Milagro es poner orden en lo desordenado. La discriminación desordena el alma. La opresión, la humillación, también. Milagro intenta todo el tiempo reparar lo roto y crear algo nuevo de eso.

Este es quizás el primer deslizamiento de contenido que uno deberá hacer para acercarse al mundo de Milagro. Una mujer, negra, india, hija adoptiva, chica de la calle, chorra, presa, militante, líder, se transmuta en el acto de transmutar a otros. Se verá muy claramente y desde diferentes perspectivas cómo Milagro ve desorden en la discriminación. O en la injusticia.

A pesar de que este libro sobre Milagro Sala y su organización, la Tupac Amaru, ya estaba acordado con su gente más cercana, cuando fui por primera vez a Jujuy no pude grabar con ella ni un minuto. Milagro estaba en crisis. Las calumnias del senador radical Gerardo Morales, de las que se hicieron eco los grandes medios nacionales, la habían afectado profundamente.

Sobre Milagro me habían hablado mucho, había leído algo, le había hecho una entrevista por radio, pero nunca la había visto en persona hasta hace tres meses, cuando llegué a Jujuy. Para escribir este libro había tenido que maniobrar entre muchas obligaciones laborales, y había viajado con un plan de trabajo para esos primeros cinco días. Ese plan de trabajo fracasó estrepitosamente, porque Milagro estaba herida y sin ganas de hablar. En el segundo viaje seguí corriendo tras ella para lograr que se sentara frente a un grabador, pero lo logré apenitas. A Milagro no le gusta sentarse frente a un periodista y menos frente a un grabador. Su manera de aceptarme fue incluirme en su vida cotidiana, y dejarme presenciar su vida íntima. Pude trazar decenas de coordenadas entre Milagro cuando es madre y esposa, y cuando es la conductora de la Tupac Amaru. Lo público y lo privado, en esta historia, se funden porque pertenecen a un orden kolla. Entre los suyos, sus hijos, su marido, sus nietos, Milagro no es distinta a como es entre los tantos otros que no son los suyos. Cada uno de los setenta mil miembros de la Tupac jujeña son los suyos. Lo son también los otros miles y miles que en todo el país agrandan la organización. De lo social sale esta historia. Es lo social lo que se le opuso en Jujuy hace ya diez años al neoliberalismo que pisó esa provincia marginal, la de índices de pobreza y desocupación más altos en esa década. Fue la organización social, la protesta social y los líderes sociales los que florecieron como síntomas de resistencia. Y quizá Jujuy sea hoy mismo, en este mundo de capitalismo salvaje y global, dopado con la concentración financiera y el martirio planetario que implica la producción a gran escala, un ejemplo, o una advertencia.

Pero todo esto es abstracto y Milagro Sala y la Tupac Amaru son concretos. A Milagro no le gusta andar teorizando mucho. Ella opera en la realidad, incide en la vida cotidiana de las decenas de miles de personas que ahora en todo el país integran la organización. Ella se empeña en las soluciones, se obsesiona con encontrarlas. Cree en un mundo mejor y habla de eso, pero a ese mundo se accede con los actos, inspirados en ideas sencillas pero de mucho peso.

Para encontrar soluciones, la Tupac Amaru tiene muchos recursos, y todos los consiguió con lucha. Porque al principio de todo, hace diez años, lo que había era un grupito de diez personas que después fueron cincuenta y que durante varios meses se juntaron en una piecita del local de ATE en San Salvador. Se juntaban para compartir su desolación. Hasta que Milagro decidió salir a los barrios, y de la nada, cuando no había Estado ni contemplaciones, cuando Carlos Menem todavía era rubio y de ojos celestes para el gran público, la Tupac Amaru comenzó a emerger.

Emergió con Milagro desafiando en los barrios a los pibes más bravos, a los más pesados. Los desafiaba a dejar de ser los giles que choreaban y que caían en cana. Los provocaba con hacer algo de lo que estuvieran orgullosos. Hubo que “hacerles la cabeza”, dice ella. Pero ella, en aquel mundo marginal de una provincia marginal de un país marginal, ya era Milagro y ya tenía un nombre. La conocían entre otras cosas porque había vivido en la calle y había estado presa, pero también porque estando sola y con dos hijos propios había adoptado a una docena de pibes de la calle. La conocían también porque la veían encabezar las marchas, tragarse los gases, liderar las tomas. Y era desde esa fortaleza y ese coraje que Milagro recorría los barrios proponiéndoles a los pibes más pesados que dieran de comer a los niños. Que dieran ese ejemplo.

Un hombre hoy todavía muy joven y con un cargo crucial en la organización, Finanzas de las Cooperativas, evoca esos tiempos. “Yo choreaba. Y me empezaron a decir en el barrio: vamos a ATE, vamos a ATE. A qué íbamos a ir, les decía yo. Uno de ellos ya la conocía a la Milagro. Fuimos y nos dijeron que podíamos compartir un bolsón de mercadería o un plan pero si hacíamos una copa de leche. Yo no entendía. Pero lo hicimos. Lo fui entendiendo mientras lo hacía. Construimos un horno de barro en el barrio. Al principio los padres de los chicos no querían saber nada. Qué merienda, vino les van dar ustedes, nos decían. Pero hicimos el horno de barro, y lo vieron. Y de a poco vinieron con sus hijos. Y eso cambió nuestro lugar en el barrio. Y nos cambió a nosotros. Nunca habíamos hecho nada como eso. Pero eso era lo que queríamos hacer.”

Las denuncias irracionales del senador Morales –que Milagro manejaba el narcotráfico, que les pegaba a las mujeres, que armaba a su gente, etc.– terminaron siendo un boomerang de rara especie en el país. Queriendo ensuciarla, Morales la visibilizó. La Tupac Amaru ya venía construyendo casas y redes sociales hacía una década, en silencio. Era acaso un secreto muy guardado. Su existencia y su esencia, así como la de su líder, no trascendían a nivel nacional. Los grandes medios, después de las denuncias, mandaron sus enviados a ver si con la Tupac Amaru podían ensuciar en una doble dirección: hacia el gobierno nacional y hacia los movimientos sociales.

Escribo en un bicentenario que la Tupac Amaru, igual que otras organizaciones comunitarias y sociales, vienen a interpelar frontalmente. Su esencia indígena, aymara, la define en un país que eligió, en los ’80 del siglo diecinueve, mirarse en un espejo blanco y erigirse en el oasis racial europeo de América latina, según el discurso dominante.

En el NOA, en la región más pobre, en la provincia más marginal, en la que más latigazos recibió en los ’90, emergió un liderazgo femenino y aymara. De ese liderazgo y de diez años de trabajo sostenido, sale hoy una organización descomunal, de una espiritualidad muy andina y muy fuerte, que se extiende a quince provincias argentinas. Jujuy es el lugar de referencia para un tipo de organización social de lógica muy simple y de alta disciplina. Ya veremos que nadie puede integrarse a la Tupac sin haber ofrecido su iniciación, que es armar, con los recursos que él mismo sea capaz de generar, una copa de leche. Dar de comer es el primer acto de pertenencia a una organización que une en su cosmovisión lo femenino y lo masculino. Dar de comer aquí no es un acto femenino, sino humano, femenino y masculino al mismo tiempo.

Resolverle el
problema al abuelito
Llegamos a la sede, nos bajamos del auto, cruzamos la avenida Alvear, estamos por entrar. Hay mucha gente en la puerta. Milagro saluda. Intenta pasar rápido pero un anciano la detiene. Es un hombre grande, de más de setenta años, vestido muy prolijamente. Es de esos hombres mayores de origen indígena que tienen mucho pelo negro y pocas canas. Tiene una receta en la mano.

En la sede central funciona un centro de salud. Allí está el tomógrafo que fue el segundo de la provincia y allí los hospitales provinciales le derivan pacientes a la Tupac Amaru. Allí también, como en el centro de salud del barrio, hay una farmacia a la que van los pacientes con las recetas extendidas por los médicos. La instrucción precisa es que cada paciente salga de allí con diagnóstico y medicación. “¿Qué hace alguien enfermo solamente con el diagnóstico? Lo que sirve es que tenga diagnóstico y tratamiento”, dirá dentro de un instante. El hombre mayor ahora le habla al oído. Ella reacciona con furia.

–¿Cómo puede ser que el abuelito esté hace veinte días esperando un remedio? ¿Cómo es posible que eso pase acá? –grita en la calle y sigue: Vamos a la farmacia, abuelito, tenemos que solucionar esto. Usted venga.

No usa el ascensor. Está tan enojada que sube a zancadas las escaleras. Somos varios los que la seguimos. Llega y pregunta quién atendió al abuelito. Se escucha sólo su voz, grave y cerrada; no se escucha lo que le contestan.

–A ver, Marcela. Nosotros somos Tupac Amaru, ¿sí? No somos un hospital público. No nos gusta la burocracia. No hacemos esperar a la gente enferma por cuestiones de papelerío. Acá resolvemos los problemas. La gente se va de acá con el medicamento que necesita. Si no lo tenemos lo mandamos a comprar. Acá veo la receta del abuelito. Es receta de la Tupac. Es nuestra. Si fuera de médico particular, quizá la persona se pueda comprar el remedio. Si es de la Tupac o si es de otra obra social, se lo damos. En el momento. No es difícil de entender. En el momento. Hace veinte días que el abuelito está esperando ese remedio. ¿Quién se hace cargo de estos veinte días que el abuelito pasó con dolor en los intestinos? A ver, llamen a los demás. Quiero ver todas las recetas que tienen pendientes y quiero saber por qué están pendientes de entrega. Espero que no haya ninguna otra de la Tupac.

Milagro le acaricia el brazo al abuelito, le dice que se siente unos minutos que ya van a venir a traerle su remedio. Después lo busca a Raúl con los ojos, y yo me anoto para seguir hasta el piso de arriba, donde está su oficina. Pero una mujer de edad mediana, alta, blanca y de pelo largo entrecano, agita un papel y se muestra, desde la planta baja, dispuesta a tirarse encima de Milagro. Es de una localidad cercana y no pertenece a la Tupac. Pero el pueblo tiene problemas con el agua corriente y con su propia cooperativa. La mujer está allí para ver si la Tupac puede hacerse cargo del problema, es decir, hacerse cargo del agua en ese pueblo. Milagro le explica en las escaleras, que subimos en tropilla unas diez personas:

–Pero nosotros no tenemos cooperativas de agua.

–Pero nos quieren hacer pagar cincuenta pesos a cada vecino. La cooperativa nuestra nos falló. No queremos pagar eso, es injusto.

–Pero no entiendo qué querés que hagamos, mamita. No tenemos cooperativas de agua –sigue Milagro.

–Pero algo deben poder hacer, seguro –replica la mujer.

Llegamos, por fin, al tercer piso, con Milagro y Raúl, a la oficina. Raúl y yo nos sentamos en los sillones de un cuerpo. Milagro, en el sillón más grande. En el segundo día del segundo viaje, saco mi grabador. Lo apago enseguida. La puerta se abrió y entró la mujer, con el papel en la mano.

–Milagro, disculpe, pero yo decidí venir a verla porque ya no sabemos que hacer. Me están esperando en el pueblo y tengo que llevar una respuesta –dice y se planta.

Milagro se frota la cara. Le hace una seña para que la mujer la deje ver el papel. No entiende lo que dice el papel. Marca en su celular y habla con alguien de la Municipalidad. Pregunta qué problema hay con el agua en la localidad de la que viene la mujer. La mujer está parada al lado. Sigue un rato de conversación triangulada entre la voz en el teléfono, Milagro y la mujer. Raúl y yo miramos. El me dice por lo bajo: “Siempre es así. Por eso Milagro te decía de ir a otro lado”.

La mujer finalmente acepta venir más tarde, aunque ya está más tranquila. La llamada que hizo Milagro probablemente les allane las cosas. Si en la Municipalidad saben que Milagro está pendiente del tema, serán más cuidadosos. Se va y después de más de una hora de haber llegado a la sede, quedamos solos.

–¿A veces te desborda todo esto? –le pregunto yo, desbordada.

–Sí, porque a veces uno quiere controlar todas las cosas y no puede. Viste el tema del medicamento del abuelito. La política nuestra es solucionar las cosas en el momento. Por que por ahí uno a veces critica a los hospitales públicos porque no te dan el medicamento y te lo mandan a comprar. Para qué va uno a hacerse curar de determinada enfermedad si el medicamento no está en el momento. Viste ahí en el pasillo, siempre hay compañeros que tienen urgencias. No sólo de salud. Buscan la solución acá adentro. Acá se acostumbra a dar soluciones. Es la política nuestra. Pero siempre no se puede. Hay momentos en los que vos decís puedo, pero no llego a tanto, no puedo tanto. A mí me gustaría tener solución para todo. Yo quisiera que todos se fueran contentos de acá. Los políticos no dan soluciones y la gente se entra a aferrar a los compañeros. Digo gente porque no todos acá son compañeros de la Tupac. Nosotros estamos todo el tiempo ocupándonos de temas de salud, de agua, de tierras, y no sólo de compañeros de la Tupac. Estas recetas que me traen son algunas de los médicos de la Tupac, pero otras son de otras obras sociales, o de médicos privados. Acá se pueden atender todos. ¿No escuchaste a la señora que me habló ahí abajo, la madre del pibito que agarró la policía el día de Reyes? Lo acusan de drogadicto y le quieren cortar el pelo. No es la de Tupac, pero vino a contármelo para que me ocupe. ¿Qué le voy a decir? ¿Hágase de la Tupac y después me ocupo? Hay cosas que son urgentes, atropellos, y uno tiene que atenderlos.

–Vienen acá a buscar soluciones y vos no querés desatenderlos.

–Exacto, y uno se siente obligado... no obligado, no es obligado, yo me siento presionada. Yo quiero dar soluciones, pero no puedo siempre. Esta señora en el pasillo me dice que a su pibito la policía le ha dicho negro de mierda, y que le quiere cortar el pelo. A nosotros nos importa la discriminación. Hay mucha discriminación. Nuestra lucha es contra la discriminación. Entonces no la podemos dejar de escuchar a esa señora. Lo que podemos hacer es poner un abogado que la escuche. Esa gente nunca tiene abogados. Bueno, es lo que podemos hacer.

–Finalmente, atrás de casi todos los problemas lo que hay es discriminación, ¿no?

–Es muy profunda. Son siglos. Hay sectores políticos que dicen que quieren la paz social, que están en contra de la violencia. Bueno, ¿y la discriminación? Que atropellen a la gente porque es pobre o es negra no es querer la paz social. Nosotros hemos plantado bandera. Donde haya una bandera de la Tupac no va a haber atropello. Al contrario: lo que nosotros queremos es reivindicar a los compañeros con salud, educación y trabajo. Esa es la base. Eso dicen las paredes del barrio y de esta ciudad, y de muchas ciudades de este país. Salud, educación y trabajo. Eso sí contribuye a la pacificación social. Una vivienda digna para todos, y que el compañero que por ahí ha nacido en un lugar muy pobre vuelva a recuperar su autoestima. Eso queremos.

http://lamaqdeescribir.blogspot.com/2010/04/sandra-russo-y-su-libro-sobre-milagro.html

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