Ha muerto un justo: Nestor ha muerto. Llorarlo fuera poco.
Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las
grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le
dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo, ver morir, en lo más recio de la
faena, a tan gran trabajador!(Chavez parafraseando a ... Martí)
.. y un compañero barítono cantó el ave maria y le dijo hasta la victoria...
Fragmento del texto de José Martí
Cecilio Acosta
Ya está hueca, y sin lumbre, aquella cabeza altiva, que fue cuna de tanta idea grandiosa; y mudos aquellos labios que hablaron lengua tan varonil y tan gallarda; y yerta junto a la pared del ataúd, aquella mano que fue siempre sostén de pluma honrada, sierva de amor y al mal rebelde. Ha muerto un justo: Cecilio Acosta ha muerto.1 Llorarlo fuera poco. Estudiar sus virtudes e imitarlas es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Trabajó en hacer hombres: se le dará gozo con serlo. ¡Qué desconsuelo, ver morir, en lo más recio de la faena, a tan gran trabajador!
Sus manos, hechas a manejar los tiempos, eran capaces de crearlos. Para él el universo fue casa; su patria aposento; la historia, madre; y los hombres hermanos, y sus dolores, cosas de familia, que le piden llanto. Él lo dio a mares. Todo el que posee en demasía una cualidad extraordinaria, lastima con tenerla a los que no la poseen: y se le tenía a mal que amase tanto. En cosas de cariño, su culpa era el exceso. Una frase suya da idea de su modo de querer: «oprimir a agasajos.» Él, que pensaba como profeta, amaba como mujer. Quien se da a los hombres, es devorado por ellos, y él se dio entero; pero es ley maravillosa de la naturaleza que solo esté completo el que se da; y no se empieza a poseer la vida hasta que no vaciamos sin reparo y sin tasa en bien de los demás la nuestra. Negó muchas veces su defensa a los poderosos: no a los tristes. A sus ojos, el más débil era el más amable. Y el necesitado, era su dueño. Cuando tenía que dar, lo daba todo: y cuando nada ya tenía, daba amor y libros. ¡Cuánta memoria famosa de altos cuerpos del estado pasa como de otro, y es memoria suya! ¡Cuánta carta elegante, en latín fresco, al pontífice de Roma, y son sus cartas! ¡Cuánto menudo artículo, regalo de los ojos, pan de mente, que aparecen como de manos de estudiantes, en los periódicos que estos dan al viento, y son de aquel varón sufrido, que se los dictaba sonriendo, sin violencia ni cansancio, ocultándose para hacer el bien, y el mayor de los bienes, en la sombra! ¡Qué entendimiento de coloso! ¡qué pluma de oro y seda! y ¡qué alma de paloma!
Él no era como los que leen un libro, entrevén por los huecos de la letra el espíritu que lo fecunda, y lo dejan que vuele, para hacer lugar a otro, como si no hubiesen a la vez en su cerebro capacidad más que para una sola ave. Cecilio devolvía el libro al amigo, y se quedaba con él dentro de sí; y lo hojeaba luego diestramente, con seguridad y memoria prodigiosas. Ni pergaminos, ni elzevires, ni incunables, ni ediciones esmeradas, ni ediciones príncipes, veíanse en su torno: ni se veían, ni las tenía. Allá en un rincón de su alcoba húmeda, se enseñaban, como auxiliadores de memoria, voluminosos diccionarios: mas todo estaba en él. Era su mente como ordenada y vasta librería, donde estuvieran por clases los asuntos, y en anaquel fijo los libros, y a la mano la página precisa: por lo que podía decir su hermano, el fiel don Pablo,2 que no bien se le preguntaba de algo grave, se detenía un instante, como si pasease por los departamentos y galerías de su cerebro, y recogiese de ellos lo que hacía al sujeto, y luego, a modo de caudaloso río de ciencia, vertiese con asombro del concurso límpidas e inexhaustas enseñanzas.
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