lunes, 18 de octubre de 2010

Los Cobosianos (El análisis de Claudio Gómez )



Desde tiempos inmemoriales se intuye la presencia en el planeta de seres que provienen de otras latitudes del Universo y que han dejado, aquí, en la Tierra, testimonio de su existencia. Famosas son las sintomáticas participaciones de estas entidades en las construcciones antiguas, como pirámides, monumentos e ingenierías complejas que el hombre sin tecnología no podría haber ejecutado. En esos casos, sin duda, el auxilio de los seres extraplanetarios ofició de gran ayuda al desarrollo de las civilizaciones y, también, al del imaginario cultural. Sin embargo, y es justo decirlo, no todas sus asistencias han sido benéficas. Es que nosotros, los humanos, creemos que estos seres tienen todos la misma procedencia y, por lo tanto, las mismas intenciones. Los últimos días suman noticias que dan cuenta de que así como puede haber marcianos, venusianos y hasta mercurianos con buenos deseos, hay otras razas del infinito orbe que producen y provocan alteraciones al raciocinio social. Nada de esto está probado. No existen mecanismos científicos (al menos conocidos públicamente) que nos permitan reconocerlos: son física y anatómicamente iguales a cualquier mortal; sólo sus actitudes los dejan al descubierto. El Antiguo Testamento registra la primera aparición de estas entidades de características humanas: Caín llevó engañado a su hermano a campo abierto y sorpresivamente, lo mató. “Y el que se llamaba Judas iba al frente de ellos, y se acercó hasta Jesús para besarle. Entonces Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre?”. Ese es un párrafo de otro documento cristiano acerca de esta gente. En ese mismo propósito, Dalila encontró la fuerza del poderoso Sansón y mientras este dormía, se la arrebató en un mechón de pelo.
“Tú también, Bruto, hijo mío”, fueron las últimas palabras de Julio César, quien dejó esta vida, sin advertir que quien creía era su cría, en realidad encarnaba a otro de estos alienígenas. Y no crean que se trata de casos aislados. La presencia de estos seres está probada en cualquier oficina, taller, fábrica o repartición que ocupe a una cantidad de personas. También en asados y encuentros de Truco hay evidencias de su existencia y de su espíritu. De chicos, se entrenan en las escuelas y se los puede reconocer porque nunca reciben el premio al mejor compañero. La Sicología Social los denomina los boicoteadores. Personas que insisten y persisten en provocar el fracaso del conjunto, por el sólo beneplácito de saciar su sed natural. Como en la fábula del escorpión, pican porque ese es su instinto. Y no se trata de supervivencia. Aún en las instancias más felices y exitosas de sus vidas, pueden aguijonear toda la situación con tal de causar el estrago de la desazón y, aún, del sufrimiento ajeno. Nada los conforma lo suficiente y sienten una extraña forma de envidia al progreso. Es el ejemplo de la Malinche, la amante de Hernán Cortés, que delató a su pueblo. La traición -decía Maquiaveloes el único acto de los hombres que no se justifica. Y agregaba: “Los celos, la avidez, la crueldad, la envidia, el despotismo son explicables y hasta pueden ser perdonados, según las circunstancias; los traidores, en cambio, son los únicos seres que merecen siempre las torturas del infierno, sin nada que pueda excusarlos”. Tal vez no merezcan un castigo tan duro; después de todo, esa es su naturaleza. Con desconfiarles, alcanza. Son los Cobosianos. Algunos les desean el mal, otros, que renuncien.

http://www.elargentino.com/nota-110583-Los-Cobosianos.html

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